enero 25, 2010

La tragedia del escritor desencantdo

Claman los entendidos de nuestra época la poca atención que tiene la juventud por la lectura. No se dan cuenta, en medio de todos sus lamentos, que la culpa es sólo de ellos. El intelectualismo es un cáncer de la cultura. Aprisiona a la sabiduría cuando comienza a nacer y la convierte en un monstruo repugnante.

Cuando un adolescente se da cuenta del valor que tiene un buen libro ocurren dos cosas. En primer lugar se admira; siente algo gordo, presiente que lo substancial es mejor que la ligereza: quiere más. Precisamente por esa necesidad de substancialidad, de profundidad, aparece el segundo fenómeno: elevado ante esa necesidad de intríngulis, contempla a sus iguales y los ve sumergidos en las apariencias, y entonces se siente superior. Cuando ocurre eso, el adolescente está perdido.
Sin siquiera notarlo, esa auténtica necesidad de profundidad es substituida poco a poco por una complacencia de sí mismo. Conforme avanza la enfermedad, la auténtica necesidad se va convirtiendo cada vez más en una imaginación, se va vaciando de realidad hasta que queda sólo como un postulado: una postura. Mientras tanto, el enfermo se va formando en cosas inútiles pero insubstanciales (por ejemplo, la ortografía) y va aprendiendo la 'técnica' correcta para escribir. Se va olvidando del fin y se concentra en los medios. Ya no le importan las ideas si no la manera en que se presentan. Y alrededor de los 30 años, con un look formal-bohemio y unas gafas gruesas, de pastaflora, contempla por última vez su artificial necesidad de realidad y se ríe de las locuras de su adolescencia. Está casi muerto. Lo importante ya no es ser como Dostoievski, ¿porque quién compra a Dostoievski hoy en día?, sólo un montón de adolescentes ilusos. Lo importante para nuestro desgraciado es ser como Dan Brown o como Rowling. Lo importante es que el libro que va a escribir aparezca en el VIPS y en el Corte Inglés. Lo importante es que las gafas sean de buena marca. Lo importante no es escribir, es comer. Por eso se pondrá a escribir sobre los templarios o sobre lo que haga falta. Para que cuando vendan unos cuantos ejemplares pueda decirlo en su círculo social mientras se toma un mate (porque Cortázar lo hacía). Llegados a este punto, nuestro futuro escritor esta perdido. Lo atrapó el intelectualismo desde su nacimiento. Es trágico cuando los hombres pierden su vocación sin enterarse siquiera. Es trágico cuando un hombre se engaña pensando que sigue una estrella cuando en realidad lo mueven como marioneta.

La solución a esta tragedia es tan sutil como la realidad misma. Es imposible imponerla, se ve o no se ve. Se quiere ver, o no se quiere ver. Sin embargo, cómo la gente suele huir de los ensayos largos, la publicaré en una segunda parte.

1 comentario:

Rafael dijo...

Hola, Chelas, interesante artículo.

Creo yo que el intelectualismo, si por ello entendemos la correcta sintaxis y ortografía, no ha de ser incompatible con la substancialidad. El “facilismo” propio de los gustos generales del consumidor es una barrera que pone límites a la calidad de lo publicado, en detrimento de aquellos autores con más talento, y lectores más capacitados, provocando esta infección de la que hablas. La literatura está en manos de especuladores y bien se cuidan de apostar por lo rentable, pero eso no quita que quién tenga pretensiones de escribir deba primero aprender a hacerlo de la forma correcta.

Saludos
Rafa