abril 16, 2009

Impresiones sobre la ciudad eterna.

Roma es en las afueras, una campiña de verdes brillantes, que contrasta con el cielo azul, como en un cuadro de Van Gogh. Casas pintorescas, de color crema, techos de madera y vacas europeas; delgadas, de colores uniformes (nada de manchas negras y blancas). Carreteras que los coches recorren con velocidad neurótica y que han perdido las lineas de circulación por el prolongado roce con los neumáticos. Fiat, Alfa Romeo, Mercedes, coches pequeños, austeros, y elegantes. Ruinas antiguas aisladas, ubicadas aleatoriamente entre las casas de campo, los postes de luz, la carretera y las vacas estilizadas.
Roma es en primavera, el sol mediterráneo dando todo lo que puede dar. Bañando con su luz ámbar los ladrillos de las ruinas romanas o el mármol blanco de las catedrales renacentistas. Es la historia de occidente reunida en un mismo sitio. Es clásica, gótica, renacentista, barroca y vanguardista. Catedrales de un periodo construidas sobre los cimientos de otras. Roma es en escultura, el movimiento de los griegos plasmado principalmente en las copias de los escultores romanos y en las esculturas de Borromini, Bernini y Miguel Angel. En pintura; Peruginos, Rafaeles, Leonardos, Donatellos, Caravaggios esparcidos en las iglesias de la ciudad. Y por supuesto la escuela de Atenas en los museos vaticanos, con los pintores renacentistas prestando sus caras a Aristóteles, Platón, y Heráclito.

Roma es Babel. Temperatura tibia. Estadounidenses en chanclas. Mangas cortas y gafas de sol. Japoneses pidiendo gelatos sabor arroz, rubias con la bandera alemana pintada en las mejillas posando para un caricaturista. Africanos de vestimenta colorida. Puestos de Kebab, una especie de bocadillo hecho de carne hindú. Música de acordeón y guitarras en las calles y en el metro. En el lenguaje predomina un ingles mal pronunciado, con matices fonéticos de todo el mundo. Se apoya en señas, y en "escusis", “gratsies” y “pregos” aprendidos en el primer día.

Roma es una ciudad de rincones, de edificios fantásticamente ordinarios. Callejuelas estrechas, escaleras con enredaderas en el mango, letreros rústicos, pinturas antiguas en la calle, ladrillos de arcilla, y gelaterías en un callejón pintoresco. Roma es dejarse llevar por la dinámica latina, es no detenerse en los cruces peatonales. Horas y horas haciendo fila para entrar en algún museo, capuccinos en cualquier terraza y un constante no a los vendedores ambulantes. Es probar la pizza en sus orígenes, comprar corbatas buenas y baratas, sentarse en la piazza spagna, y tomar vino en vez de refresco porque es más barato.

Pero sobre todo Roma es una catedral con la cúpula más bella del mundo. Es la catedral erguida sobre los restos de Pedro. Un mundo nuevo levantado sobre las ruinas del antiguo. Es la manifestación más viva de la fe católica, es ver y tocar la universalidad de la Iglesia. Roma es todas las razas de la tierra abrazadas por la columnata de Bernini. Es un grupo de representantes de todo el mundo reunido en torno al representante de Cristo en la tierra. Es la humanidad aglutinándose sobre las vallas de contención para intentar saludar a un viejecillo vestido de blanco. Una multitud gritando: ¡Viva el Papa!, en todas las lenguas del planeta. Es la escalera donde subió Cristo al pretorio abarrotada de gente que la sube de rodillas. Los oficios de Viernes Santo en el Coliseo repleto. Sí, Roma esta en Italia, pero no es de Italia. Es la capital de la cultura occidental, pero no por Miguel Ángel, los gelatos o el mediterráneo. Por eso ir a Roma sin ser católico es entrar en un museo sin saber de arte.