diciembre 30, 2010
Día II: Escribir mal
Día I: Sobre la realidad y lo horrible
Sobre los ensayos de estos días
noviembre 26, 2010
Fragmento
octubre 29, 2010
La tragedia de la belleza inasequible
Al aproximarse a la novela de Cervantes uno encuentra una veta inagotable de inspiración, se siente como un niño que va por primera vez a un zoológico, o como la primera vez que entiende porqué los hombres se han admirado siempre del cielo estrellado. La mayor dificultad que encuentra uno al intentar expresar esa maraña de ideas cervantinas es no abarcarlo todo. Se siente la necesidad de poner al lector delante de la belleza que irradian las gestas del Caballero de la Triste Figura, pero como resulta imposible hacer esto, se vuelve entonces imposible deshacerse de cierto sentimiento de profanación. Quizá lo más difícil al hablar de la novela de Cervantes es centrarse en uno solo de sus aspectos, habría que tomar la maraña cervantina y desmenuzarla, recortar y pegar trozos de aquel “rastrillado, torcido y aspado hilo”[1] e intentar mostrar un aspecto nítido de toda la realidad que en realidad muestra el Quijote.
septiembre 14, 2010
La novela que nunca escribiré
mayo 12, 2010
mayo 10, 2010
Los olvidados
Violentado, Federico se despidió de la recepcionista con una sonrisa ajena. El sonido de sus zapatillas al rozar el mármol, el olor a formoles, los abuelos bondadosos y los niños con anginas, suscitaban en Federico cierta noción de higiene y decoro. Él se sabía ajeno a todo esto. No era ya una persona respetable, digna de participar en la dinámica de la gente correcta. No quiso mirar aquel niño que jugaba con su padre a la salida del hospital, le dio miedo mancharlo. Abstraído, desplegó el papelito amarillento y arrugado que llevaba en el bolsillo. Volvió a leer incrédulo la palabra maldita: ‘seropositivo’. Había entrado a aquel hospital para donar vida, salió convencido de que su vida no podía entregársela a nadie. Su sangre estaba infectada.
Predicar que el sida es un castigo de
Despreciado por Dios, murió sin consuelo.
Dos días después de su verdadera muerte su cuerpo dejo de funcionar. Lo transportaron en un féretro muy elegante y grande. Era un día lluvioso y frío. Más que solemne el funeral fue penoso. La clase alta hizo de la escandalosa muerte de Federico un evento social. Las mujeres escogieron cuidadosamente sus zapatos para asistir al funeral y los hombres las acompañaron como las acompañan los domingos al cine.
Al día siguiente en su despacho don Federico estuvo a punto de sentir compasión por su hijo mayor. Había contemplado todo sin, aparentemente, inmutarse. Sin embargo estaba demasiado aferrado a su metal brillante como para dejar de vender plásticos infalibles. Encontró una manera de engañarse. Eso sí, desde ese día, evitaba a toda costa encarar la cifra maldita. No quería que por ningún motivo le recordaran ese 10 por ciento destinado a sacrificarse por el bien de la empresa. Ese 10 por ciento al que el plástico no le será milagroso, y que quizá muera igual que su hijo Federico.
abril 14, 2010
Bien, Felicidad y Filosofía (las tres con mayúscula)
Para mi amigo Gabriel
Una vida no reflexionada no merece la pena ser vivida (Sócrates)
¿Qué es el Bien? Es evidente que todos los hombres desean ser felices. Todos buscamos la felicidad así como todos buscamos el bien. La felicidad es para nosotros no un bien cualquiera sino el Bien. Si se nos diera a elegir entre dos bienes, y uno de ellos fuera la felicidad, sin duda elegiríamos la felicidad, aunque la segunda opción fueran tres billones de pesos o casarse con una Bar Rafaeli. Evidentemente todos queremos elegir la felicidad, la verdadera pregunta es ¿Qué es la felicidad?
Es imposible responder a esta pregunta como se responde a una pregunta cualquiera. El bien que nos traemos entre manos aquí es demasiado solemne para ser abarcado en unas pocas palabras. No es la misma alegría la que da un gol del santos, o unos tacos ocampo que la que da el nacimiento de un hijo. Mientras mejor es el bien que alcanzamos menos nos alcanzan las palabras para expresarlo. Además para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que mientras más elevado es un bien más calidad humana necesitamos para apreciarlo. Un ladrón es incapaz de apreciar el bien de la justicia, un mentiroso el de la verdad, un depravado el de la inocencia. Un mezquino el de la valentía… y la lista puede seguir. Mientras más humanos somos más capaces somos de reconocer el bien real, mientras más animales, más incapaces.
Pero, ¿que hacemos? Si no podemos dilucidar en que consiste la felicidad, ¿como podemos ser felices? Si hemos dicho que la felicidad es el Bien Último, entonces lo que tenemos que hacer es conquistar poco a poco, y de menos a más, el Bien último. La conquista de la felicidad no es un acto aislado y sencillo sino que es una búsqueda, una travesía llena de esfuerzos: las mejores cosas de la vida cuestan (si la vida te está resultando sencilla a tus 21 años es que vas por mal camino). La comodidad no es sinónimo de felicidad ¿Cuántas veces nos hemos sentido infelices en una cama perfectamente blanda un domingo por la mañana? ¿Cuántas veces nos hemos sentido pletóricos porque hemos sido capaces de esforzarnos por conseguir una meta alta, un ideal humano? Si una novia es fácil de conquistar tendemos a despreciarla, no queremos a una mujer fácil por esposa, buscamos a una mujer que sepa darse su lugar.
Abordemos la cuestión desde otro punto de vista: ¿Si todos queremos el bien, porque no todos somos felices? No somos felices porque no somos inteligentes a la hora de decidir. Generalmente tomamos nuestras decisiones en función de lo que se nos antoja y tendemos a aspirar a bienes de menor talla que no satisfacen completamente. Es decir, no sabemos distinguir los bienes reales de los bienes aparentes. Cuando se nos antoja algo se nos presenta como un bien, pero necesitamos de la inteligencia para poder decidir si ese bien que se nos antoja es verdaderamente un bien o es solo una apariencia de bien. Si aun perro le pones un filete envenenado se come el filete, si a un hombre lo pones delante de un corte envenenado, aunque no haya comido en tres días, no considerará la opción.
Es un error identificar la felicidad con el éxito. La felicidad es un bien que se tiene poco a poco, de menor a mayor. El éxito es un bien que no se tiene hasta que se alcanza, y además es muy contingente, en el fondo confundir al éxito con la felicidad es buscar que los demás reconozcan el valor que tiene uno como persona, pero eso en último término no depende de lo que haga uno sino de los demás. Por mejor persona que sea si los demás no son capaces de apreciarlo nunca voy a ser reconocido. Ser reconocido no es lo mismo que ser bueno. Ser reconocido es accidental, e innecesario para ser feliz, plateémoslo de este modo ¿Qué es mejor, ser reconocido o ser feliz?
También es un error confundir la felicidad con el poder, el poder es solo una herramienta para alcanzar más cosas, pero si no se sabe lo que se quiere, ¿qué se hace con todo ese poder? ¿No es más sensato encontrar lo que se quiere y luego adquirir el poder justo para alcanzarlo? ¿No nos ahorraría esto tiempo y molestias? Imagina la historia de un hombre que envejeció buscando el poder y luego no supo que hacer con el, que vida más frustrante.
Para ser feliz hay que ser honesto consigo mismo, y esto en cierto sentido, es hacer filosofía. La filosofía no es otra cosa que la búsqueda teórica de eso a lo que todos aspiramos, el Bien. Conforme se va subiendo de nivel humano, cada vez va siendo necesaria cierta honestidad intelectual. A veces el bien exige que renunciemos a cosas a las que estamos muy apegados o que nos apetecen mucho, y tendemos a auto engañarnos para justificarnos. Ser un buen hombre no es ni cómodo ni fácil, exige honestidad intelectual, contemplar las cosas como son en realidad; y contemplar las cosas como son en realidad no es otra cosa que hacer filosofía.
La ética es la parte de la filosofía que se encarga de contemplar las cosa tal y como son en relación con nuestra voluntad y la búsqueda del Bien. En realidad, cuando decimos que una persona es muy ética queremos decir que suele ser muy honesto a la hora de distinguir entre el bien aparente y el real. Actuamos éticamente cuando actuamos correctamente, conforme a la verdad de las cosas. La ética y la filosofía son herramientas para dirigir adecuadamente nuestras vidas hacia la felicidad. Sólo cuando comenzamos a alejarnos del bien real comenzamos a exigir certeza a la filosofía (aunque la tiene, y en mayor grado que las demás ciencias) porque en cierto sentido nos engañamos. En realidad no es un problema científico es una cuestión de autoengaño: mientras más nos dejamos llevar por los vicios más tendemos a rehuir de la realidad porque la realidad nos dice que lo que hacemos no es lo correcto. No queremos ver el bien real porque sabemos que no lo perseguimos. Y huimos más adentro, hacia la obscuridad, hasta convertirnos en bestias que no razonan. Cuando sabemos que obramos mal solemos correr de vuelta a la caverna.
Los filósofos solemos decir frases muy obvias, todos los párrafos anteriores pretenden justificar la siguiente obviedad: El hombre está hecho para vivir en la realidad, sólo ahí puede alcanzar su felicidad.
marzo 05, 2010
enero 28, 2010
La redención del escritor desencantado
Constantemente se les llama visionarios. Es como si vieran más que el resto, se fijan constantemente en cosas que nadie repara. Nadie duda, en que son gente extraordinaria, que han sido lo más humanos que pudieron ser. Que cierta energía los impulsaba con vehemencia a expresar lo que expresaron, a decir lo que dijeron. Hoy en día nos seguimos estremeciendo con su canto, que, de manera menos poética, puede entenderse como el legado cultural de occidente.
El filósofo y el genio comparten la misma actitud. La misma sed. De entrada ambos tienen los ojos muy abiertos (como una lechuza) y una sonrisa de paz en los labios. Sienten una luz que les ilumina la cara. El núcleo de la realidad se les presenta con suavidad, se les sugiere, y entonces salen en su búsqueda. No quieren conquistar el mundo, quieren encontrarlo. La vida del genio es una persecución de la belleza sugerida en instantes muy puntuales y concretos de su vida. La admiración les marca, de una vez por todas, el único camino que merece la pena ser vivido. Comparten los dos, pues, que no viven en las apariencias. Comparten la sed de realidad. La mirada certera que apunta a las claves de las cosas.
La expresión del genio se manifiesta de muchas maneras, he de reducir aquí la indagación, por razones obvias, a una de esas manifestaciones. El genio como escritor..
El escritor auténtico, se caracteriza por una sola cosa. El pensamiento dirige su pluma, y la belleza dirige su pensamiento. Le tienen sin cuidado los esquemas que inventan los críticos. Cervantes no se preocupó de que no existiera un género para la novela que quería escribir. A Shakespeare no le importó que aún no existiera el teatro isabelino. Estos hombres, que irrumpen de vez en cuando en la historia y la sacuden, no se guían por las apariencias sino que las destrozan, las desenmascaran.
El único sentido que tiene una obra de literatura es mostrar la realidad. Es admirar a los demás. Cuando desaparece la ficción, se tiende a olvidar la diferencia entre la realidad y los sueños. Por más evidente que suene es importante remarcar que la realidad es condición de posibilidad para la ficción. El verdadero escritor es consciente de que la ficción es precisamente eso, ficción, y por eso no pretende que su obra substituya a la realidad. Ahora bien, es también consciente de que, sea como sea, su ficción tiene que conseguir remitir a ese aspecto concreto de la realidad que contempla. Como es es su único fin, no le importa nada que no se adapte a a su meta. Si es necesario inventar un género literario lo inventa; si es preciso escribir siete libros, los escribe. Si sólo hacen falta dos líneas solo escribe dos. La técnica se subordina a su intención. Vender libros, o ser reconocido es una cosa completamente accidental a esta actividad vital.
El escritor es un hombre hambriento de realidad que, conforme se va haciendo a ella, tiene la irremediable responsabilidad de transmitirla a los demás. Contemplar exige comunicar. Se puede decir entonces que el escritor es un medio de conectar a la sociedad con la realidad. Así es como contribuye al bien común.
La sociedad debe a los escritores, a los auténticos, la distinción entre apariencia y realidad. Siempre que se pone al hombre frente a la realidad se le pone frente al problema de el ser y el pensar. Y justo cuando se pone al hombre frente a ese problema, es cuando el hombre se descubre a sí mismo como distinto al mundo. Es cuando ocurre la admiración.
Como se ve, la admiracón es lo que nutre y vivifica la auténtica labor intelectual. Sin embargo, para experimentarla hace falta cierta actitud vital a la que los hombres llamamos humildad. Evidentemente este tema merece un ensayo entero.
enero 25, 2010
La tragedia del escritor desencantdo
Cuando un adolescente se da cuenta del valor que tiene un buen libro ocurren dos cosas. En primer lugar se admira; siente algo gordo, presiente que lo substancial es mejor que la ligereza: quiere más. Precisamente por esa necesidad de substancialidad, de profundidad, aparece el segundo fenómeno: elevado ante esa necesidad de intríngulis, contempla a sus iguales y los ve sumergidos en las apariencias, y entonces se siente superior. Cuando ocurre eso, el adolescente está perdido.
Sin siquiera notarlo, esa auténtica necesidad de profundidad es substituida poco a poco por una complacencia de sí mismo. Conforme avanza la enfermedad, la auténtica necesidad se va convirtiendo cada vez más en una imaginación, se va vaciando de realidad hasta que queda sólo como un postulado: una postura. Mientras tanto, el enfermo se va formando en cosas inútiles pero insubstanciales (por ejemplo, la ortografía) y va aprendiendo la 'técnica' correcta para escribir. Se va olvidando del fin y se concentra en los medios. Ya no le importan las ideas si no la manera en que se presentan. Y alrededor de los 30 años, con un look formal-bohemio y unas gafas gruesas, de pastaflora, contempla por última vez su artificial necesidad de realidad y se ríe de las locuras de su adolescencia. Está casi muerto. Lo importante ya no es ser como Dostoievski, ¿porque quién compra a Dostoievski hoy en día?, sólo un montón de adolescentes ilusos. Lo importante para nuestro desgraciado es ser como Dan Brown o como Rowling. Lo importante es que el libro que va a escribir aparezca en el VIPS y en el Corte Inglés. Lo importante es que las gafas sean de buena marca. Lo importante no es escribir, es comer. Por eso se pondrá a escribir sobre los templarios o sobre lo que haga falta. Para que cuando vendan unos cuantos ejemplares pueda decirlo en su círculo social mientras se toma un mate (porque Cortázar lo hacía). Llegados a este punto, nuestro futuro escritor esta perdido. Lo atrapó el intelectualismo desde su nacimiento. Es trágico cuando los hombres pierden su vocación sin enterarse siquiera. Es trágico cuando un hombre se engaña pensando que sigue una estrella cuando en realidad lo mueven como marioneta.
La solución a esta tragedia es tan sutil como la realidad misma. Es imposible imponerla, se ve o no se ve. Se quiere ver, o no se quiere ver. Sin embargo, cómo la gente suele huir de los ensayos largos, la publicaré en una segunda parte.