septiembre 14, 2010

La novela que nunca escribiré

El hombre, como bien es sabido, es paradójico. Es verdad, por un lado, que el ser humano tiene algo de inmutable, dorado, digno de sobrevivir la muerte y digno de asombro. Pero también es verdad, por el otro, que esa inmutabilidad está íntimamente mezclada con la carne y los huesos. Por eso quizá durante los periodos de cambios drásticos es casi imposible detenerse a mirar la propia historia con una visión más amplia. Quizá es el cerebro, hecho de materia al fin, el que impide hilar los pensamientos del alma. El caso es que desde hace tiempo llevo experimentando cambios que me han impedido sentarme a escribir y francamente estoy cansado de eso. No todo, sin embargo es tragedia, al contrario, todo el tiempo que llevo sin escribir me ha servido para autocriticarme. Me ha servido, por lo menos, para encontrar la novela que nunca escribiré.

En realidad, creo que todo este tiempo en el que no he escrito he tenido ganas de escribir porque hacerlo es algo profundamente personal. Haberme privado involuntariamente de esta afición me ha hecho darme cuenta que la escritura, más que un acceso a la fama, o la salvadora de la humanidad es una actividad noble en sí misma. Como una artesanía.

Recuerdo con claridad el tiempo muerto de estos meses en los que acariciaba la idea de escribir. Escribir despacio, con cariño, sin ánimos de sorprender a nadie. Por amor al arte y a la realidad. Solo entonces me di cuenta de lo fácil que puede ser desviarse de esta gloriosa concepción bucólica de la escritura. A pesar de todo, escribir también puede rodearse de glamour, incluso uno puede terminar intentando ganar concursos de cuento. He decidido renunciar a eso de una vez por todas. He decidido volver al campo, y olvidarme del mundo de lo mundano.. Estaré contento de ahora en adelante con el simple hecho de escribir.
Para cualquier escritor que haya leído a Dostoievski o a Cervantes es una verdadera carga escribir. Cuando a uno le llegan a la médula los libros de los gigantes sabe que no es urgente escribir otro gran clásico. Entonces es cuando a uno le entra la insatisfacción constante. Quisiera escribir uno la novela que fuera el golpe de luz definitivo. Quisiera uno encarnar la esperanza o la miseria, o ambas; o el amor. Esta sana ambición no está mal, el problema es que uno está tan obsesionado con el final del paseo que olvida disfrutar el paseo. Se llena entonces la mesa de ideas no escritas, de proyectos ahorrados. Uno se queda parado porque todavía no sabe bailar como los grandes. Se da cuenta de que todo lo que ha estado haciendo son movimientos torpes, niñerías. Y da vergüenza escribir. Y da vergüenza todo lo escrito. Y se cae en una inactividad producto de una soberbia aún más sutil.

Es solo hasta que se extraña con toda la piel escribir. Cuando se vuelve casi una necesidad fisiológica hablarle al papel cuando uno revalora la escritura. Se perfectamente que no soy el mejor, y quizá nunca lo seré, pero por Dios como disfruto cada palabra, cada punto, cada enunciado que plasmo. Intentar escribir seriamente es un viaje serio, pero ello no implica dejar de disfrutar en el camino.
Por favor no me malinterprete, no pretendo ser un gran escritor, es solo que disfruto como niño intentándolo.