agosto 19, 2011

Madrid, entre el odio y la esperanza


“Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres.” Octavio Paz.



Nuestra época está herida en sus núcleos más profundos. Sangra, y su sangría es una cosa extremadamente seria y preocupante, define en parte la identidad de todo hombre de esta época. El hombre del siglo XXI es un hombre que ha nacido en un entorno en crisis, en derrumbamiento.

            El otro día una manifestación de 'laicistas', que en el fondo no son otra cosa que anticristianos, se manifestó por las calles y se cruzo con los peregrinos de la JMJ. Al margen de los hechos, lo que quiero destacar es el odio visceral e irracional de algunos por lo religioso, y en este caso concreto, por lo católico.

            A nadie le gustan las mentiras, los laicistas rabiosos son rabiosos porque consideran que los jóvenes de la JMJ les están mintiendo. Nadie tiene tanta alegría, a nadie le nace ponerse a brincar de alegría así por que sí, y menos en una época de crisis. La alegría de los peregrinos es falsa, es un fenómeno social de euforia, se contagia; (los más flemáticos dirán, que son todos muy jóvenes, no se han dado cuenta de la crisis, de lo que es el mundo). En esta época de crisis no cabe la alegría, tiene que ser una mentira. Por eso indignan sus sonrisitas idiotas y sus cánticos; no tienen idea de lo que es el mundo. Indigna su esperanza, cuando no hay motivos para la esperanza.

            Estoy de acuerdo de que seguramente la alegría de los peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud es un espejismo, propio de la ingenuidad y la juventud... Pero no solo es eso, no solo es eso. Hay algo raro en el ambiente estos días en Madrid,  y estoy seguro que no soy yo el único que lo nota. Estoy seguro que hay jóvenes, hombres, mujeres y niños, que son verdaderamente alegres, íntimamente. Y esa alegría viene del hecho de que tienen esperanza. Eso, es lo que hace chirriar, lo que mueve fibras en el interior de la ‘otra’ España. 

            Pero no pretendo aquí hacer una demostración rigurosa de que lo último que he dicho sea cierto. La esperanza no es una cuestión exclusivamente racional porque no incluye solo el uso de la inteligencia, también exige un uso de la voluntad: para confiar en un futuro mejor, no solo hace falta verlo posible (también es indispensable) sino que hay que quererlo hacer, hay que querer realizar ese posible. Por estos motivos, la discusión sobre si existe la esperanza o no está completamente fuera de lugar, es una cuestión de ver o no ver, de querer o no querer. Sí o no, pero no se discute. 

            Los motivos de la esperanza no pueden ser circunstanciales, uno no puede tener esperanza en el mercado, o en el gobierno, o en el “sistema democrático”. Se tiene esperanza en hombres, en personas concretas, vivas, efectivas, operativas y reales. Se puede tener esperanza en un presidente, en un jugador de fútbol, pero nunca en algo abstracto e inefectivo, eso sería caer en una ideología. 

            La acusación que se hace desde los sectores más 'intelectuales' a la religión católica es que el catolicismo es una ideología mezquina, que embauca a ingenuos… se piensa que los católicos tienen una esperanza abstracta en algo que no existe, que se juega con esa necesidad de identidad de las personas, de destino y de futuro, de expectativas, y se hace con ellas lo que se quiere.

Estimado lector, si existe y me ha seguido hasta aquí superando sus prejuicios, le pido que de un paso más. Honestamente creo que en estos días se puede casi palpar en Madrid algo más que ingenuidad. Por eso invito a salir a la calle, a cruzarse con algún peregrino que cautive con la mirada, e intentar pillarlo en su ingenuidad. Intente destrozar su ilusión, si su alegría era falsa, correrá, pero si no, se quedará y quizá uno pueda ver el motivo de la esperanza de esta juventud del Papa.