¿Qué te voy a contar
yo? La cosa está dura. Apenas y nos da para el lunch
de los chavos y yo me tengo que fletar la mañana sin desayunar. Ya
sé vieja, ya sé que el pinche dinero no crece en los árboles. Pero
no sabes como me dió coraje ver a aquel chavillo tatuado, abajándose
con un mísero botesito de cartón, pidiendo misercordia. Ese chavo
podría traer perfectamente un cuerno de chivo en vez de aquel bote y
amedrentarnos a todos: yo le hubiera dado de todos modos tu chivo
vieja. Era uno de esos chavos que andan bien metidos en la droga,
pero que no sé como acaban saliendo y rehabilitándose ¿Pos qué no
ves que pa los tiempos que corren ese chavo es un héroe?
¡Ay
vieja! me moría de ganas de comprarte ese perfume que me dijiste que
tanto te gustaba, el de la vieja esa tilica que malgasta el dinero en
pendejadas. Pero no pude contenerme cuando vi a esos juniors burlarse
de aquel chavo. Para mí que los malos somos nosotros, la gente
normal, ¡cómo se ateven a humillar al que se humilla chingao! Esos
chavos se merecían mínimo un filerazo entre las costillas, que los
llevaran al hospital más caro de torreón y que sus papis,
seguramente divorciados, se cagaran de miedo cinco minutos y luego
soltarán un cheque bien gordo por la salud de su hijito, y que esa
misma noche estuvieran de vuelta en casa con una copa de Buchannans
dieciocho entre las manos
sentaditos en su sillón de cuero café. Y que el pinche chavillo
pendejo probará por una noche por lo menos qué significa estar
jodido, qué significa la vida real.
Pero
nada de eso pasó, ¿me entiendes? El pobre ex-drogadicto seguía
teniendo el huevo reventado que le aventaron los pinches juniors en
su camiseta; y yo el billete de quinientos que le acababa de cobrara
a mi compadre Beto. ¡Pero no me pongas esas jetas carajo! ¡si
acabamos de dar un pasito para salvar el país!