Soy
un desertor involuntario. Me fui a España a estudiar Filosofía dos años después
del triunfo de Calderón en las urnas. Cuando volví a casa por las vacaciones de
verano mi ciudad era otra. No se podía salir a la calle ni por el día ni por la
noche. Se escuchaban balazos por las noches, a veces en la lejanía, a veces a
la vuelta de la esquina. Degollaban jóvenes, secuestraban millonarios,
disparaban en los estadios. Mi país ya no era el mismo, el cambio había
empezado.
México
está pagando el precio de elegir a un presidente de manos limpias. Ahora ya no
es así, los rumores comenzaron de inmediato a manchar sus manos de sangre. Él y
solo él era el responsable de la sangre que corre por el país. Las manos de
Calderón se llenaron de sangre. El país lo desprecia. Es el presidente de los
muertos.
El
comportamiento de los mexicanos, desgraciadamente, no ha sabido estar a la
altura de los tiempos. Hemos exigido que se nos trate como sociedad, hemos
exigido un cambio-libertad- y nos hemos comportado como masa, de manera
reactiva. Hemos culpado a Calderón porque tenía que haber un culpable distinto
a nosotros mismos. Calderón no es un asesino ni un imprudente, es el primer
presidente en mucho tiempo que se preocupa
por el bien de México. Es el primer presidente que no tiene cola que le
pisen, el primer presidente honrado.
Somos nosotros quien hemos cargado la culpa sobre él, es nuestro chivo
expiatorio, el que debe pagar por nuestra irresponsabilidad como sociedad.
Pero somos
nosotros los que hemos pactado durante 70 años con un sistema como el del PRI;
con una ‘revolución institucionalizada’. Hemos aceptado vivir de pan y circo
durante tanto tiempo que ahora no queremos pagar los platos rotos. Nos gusta
ser masa, no queremos problemas, no queremos a nuestro país. Por eso corremos
de vuelta a los brazos de nuestro antiguo dictador. Otra vez a los brazos de
papá gobierno: “el PRI sí sabe controlar al narco” nos decimos, “el PRI nos
protegerá”. ¿Es qué no nos damos cuenta de que un problema como el que atravesamos
no puede ser causado ni en seis ni en doce años? ¿Es que no nos damos cuenta de
que estamos pagando los excesos de 70 años de partidismo y dictadura suave? ¿Quién
es el responsable de que los mexicanos no nos identifiquemos ni con nuestro
gobierno ni con nuestras leyes? ¿El presidente de las manos limpias o el
partido que nos ha estado manipulando como masa durante años?
Uno de los
hechos que me resultan terriblemente irónicos visto desde fuera es el
desprestigio que ha sufrido Felipe Calderón en su sexenio. Es irónico porque quizá
sea este el primer sexenio de nuestra historia reciente en el que hemos
disfrutado de seis años con un presidente honrado, preparado y responsable. Ignoramos las sorprendentes cifras
macroeconómicas logradas por Calderón. Su capacidad por mantener el país a
flote y por seguir invirtiendo en educación y le achacamos culpas que no le
corresponden. Somos tan infantiles que le tachamos de alcohólico ¡Por
Dios!, ¡si es un pobre hombre que carga
con un gran peso! Aunque no conozco a mi presidente, estoy seguro de que más de
alguna vez ha deseado salir con el ejército a luchar contra el narco. Estoy
seguro que más de una vez ha perdido el sueño al recordar a todas esas madres
que sus hijos les han sido arrebatados.
Es verdad que
la política de lucha contra el crimen de calderón puede llegar a ser
desacertada. Es discutible que el enfrentamiento directo no es la mejor opción.
Pero sin lugar a dudas, constituye un gran acierto el haber destapado la
coladera. Eso es algo que todos los mexicanos, también los que han perdido
familiares, deben agradecerle para empezar a comportarnos como sociedad y no
como masa. Calderón destapó la cañería por nuestro bien, no para hacernos daño: esto
es algo que pocos le agradecerán.
Gobernar no es
redimir. Un profesor, que conocía bien México, me dijo alguna vez que el país
está cansado de salva-patrias. Su afirmación me impactó mucho ya que por aquel
entonces me consideraba la única persona con esperanzas políticas en medio de esta
ola de incertidumbre y violencia. Su aseveración fue como un golpe en la cara:
me dolió pero me hizo despertar. No soy el único que quiere que esta época de
violencia y egoísmo se termine en el país. La mayoría desea un México seguro en
el que pueda desarrollar pacíficamente su vida; son sólo unos cuantos los que
acaparan nuestro país.
Los tiempos
que corren exigen el heroísmo de lo ordinario. Exigen que como sociedad respondamos
a nuestra aspiración común a un México democrático y pacífico. Ningún candidato
puede conseguir esto, y el que lo promete, el que promete cambios radicales,
fraternidad universal y amor entre los mexicanos o es ingenuo o es muy astuto,
pero en ningún caso puede ser el presidente que necesitamos. Lo que nuestro
país necesita es un dinamismo de iniciativa solidaridad; dinamismo que no puede
venir desde arriba sino solo de nosotros mismos. Dejemos de engañarnos: el máximo
al que podemos aspirar para gobernar nuestro país es una persona honrada que
trate de buscar el bien para México. SI nuestro próximo gobernante no está a la
altura, corre el peligro de poner el bien de México después de su prestigio
político, del prestigió de su partido, cosa que nunca hizo Calderón.