agosto 25, 2008

¿Por qué Filosofía?

Dicen que la preparatoria es la mejor etapa de la vida, yo como todo mozalbete en la mitad del bachillerato, la gozaba con deleite. Cursaba el segundo de tres años, en una institución privada, cuando el primer viernes, luego de unas estupendas vacaciones, y una pesada primer semana de clases la psicóloga del colegio entro al salón e insospechadamente se sentó en el escritorio que le correspondía al profesor. Yo llevaba toda mi vida en la misma escuela y a la psicóloga la conocía muy bien de vista, sin embargo nunca le había dirigido la palabra, con frecuencia irrumpía en la clase –cosa que mentalmente le agradecíamos la mayoría cuando lo hacía- y daba algún aviso para luego retirarse sin más. No fui el único sorprendido al ver que esta vez la psicóloga no dio ningún aviso, incomprensiblemente, reprendió a los dos escuadrones que entablaban una guerra sin cuartel utilizando papel babeado como parque. Al parecer la titular de la misteriosa clase abreviada simplemente como “O V” (que en el horario general, tenía a todo mundo intrigado tanto por su contenido como por el maestro que la impartiría) era la psicóloga del colegio y la clase se titulaba Orientación Vocacional.
Mis atolondrados ojos de adolescente no alcanzaron a medir la importancia de la última clase del viernes, tal vez todo fue mal para mí desde el primer día en el cual me vi poseído por un éxtasis de espontaneidad y comicidad que regresaba continuamente durante el resto de las clases, el caso es que nunca le preste atención a la susodicha clase. Pasaron los días y el salón se dividió en dos facciones, los que se tomaban en serio la clase y los que no. Por azares del destino, me vi envuelto en el lado que no se la tomaba en serio y dedicaba los últimos 45 minutos del viernes a jugar fútbol, fumar, adelantar la tarea o platicar dentro del salón de cualquier tema menos el de la clase, todo –por supuesto- hecho por convicción política mas que por flojera o negligencia.
La facción a la que partencia se vio reducida de pronto cuando empezó el ultimo semestre de segundo de bachillerato, el partido al cual profesaba fidelidad si vio reducido, a un compañero que estaba definido desde primero de preparatoria y a mí, que todavía no tenía la más remota idea de que quería estudiar. Me di cuenta de la posición en la que me encontraba cuando en una de las últimas clases la maestra me eligió como el tema de su exposición. Empezó por sugerir sutilmente mi falta de interés por su clase apoyándose en argumentos perfectamente validos como mi continuo incumplimiento en sus tareas y mi descarada falta de atención durante sus disertaciones. Supe de inmediato que mi argumento de convicción política saldría sobrando porque a esas alturas el último miembro de mi partido había dejado de asistir a las clases de la psicóloga desde hace un mes. La retórica de mi contrincante me abrumo y baje la cabeza, estaba dispuesto a oír hasta el final sus justificados reclamos. La clase transcurrió en un intento por hacerme progresar en mi proceso de decisión (que seguía importándome un cacahuate) y llegamos a la conclusión que lo que a mi me gustaba eran las humanidades en primer lugar y en segundo la biología. El gusanillo del payasillo no había muerto en mí interior y a pesar de estar agradecido con la maestra por su inmerecido apoyo, casi sin querer dije lo siguiente:

- ¡Ah! ¿Humanidades? Pero que voy a estudiar, nada mas hay derecho o psicología y ninguna de las dos me convence.

Mi paciente interlocutora apelo a toda su madurez y dominio de sí, me hizo ver, en un tomo mucho más amable del que me merecía, que existen más carreras humanísticas aparte de derecho y psicología. Sin embargo las risas de mis compañeros me habían cegado y el gusano había ganado completo control sobre mí.

-Ah pero que otra cosa ¿Filosofía? ¿Donde trabajaría? ¿En un Mc Donald’s?

Las carcajadas llegaron a niveles que pocas veces habían llegado en mi vida y después de haber obtenido lo que quería, la embriaguez se paso un poco y me di cuenta de lo mal que estaba obrando. Es mi deber agregar que me quería desaparecer cuando el compañero que estaba al lado mío se acerco y me dijo en secreto.

-Su esposo es filósofo y es gerente de Burger King.

Esta de más agregar que la conversación no progreso más, que la maestra tardo lo que restaba de la clase en aplacar al salón que había desatado, y que lo que me había dicho el de al lado era una vil mentira. Esa fue la última clase que tuve de orientación vocacional porque la siguiente semana salí en un viaje de estudios y no supe más de la materia hasta que presente el extraordinario el semestre siguiente. Hace unos días estábamos mis primos y yo reunidos en casa de mi abuelita. Todos hablaban de sus futuros más o menos definidos. Mi primo el arquitecto decía que cuando se graduara el iba a hacer nuestras casa, luego mi primo el doctor se puso a nuestra disposición en caso de que alguien sufriera un problema de salud. Otro se ofreció a arreglar nuestros problemas legales y mi hermano finalizo asegurando que todos tendrían un carro de los que el iba a diseñar. Supe desde el principio lo que se fraguaba en mi contra, cuando el arquitecto volteo a verme con una sonrisa maliciosa y me pregunto ¿Y tú Chelas? No pude evitar acordarme de la escena que acabo de relatar hace unos renglones, una ligera sonrisa como de excusa se dibujo en mi cara, a final de cuentas termine estudiando filosofía. Una de las cosas que me consuelan es que nadie queda indiferente ante mi decisión. Mientras unos me apoyan mi decisión unos se muestran incrédulos o escépticos en cuanto a mi porvenir, y no falta el que asegura que estoy cometiendo una locura. Pero a pesar de lo dividido de opiniones todos tienen algo en común. Todos me preguntan las razones que me sustrajeron de medicina y me pusieron en territorios del amor a la sabiduría. Siempre encontré difícil expresarlo en una charla campechana porque nunca supe acomodar bien mis ideas y a muchos les debo una explicación postergada durante meses, el motivo pues de este ensayo tan subjetivo es exponer mis razones tanto para los curiosos, como para los escépticos, y aprovechar de paso, para aportarle algo a cualquiera que se encuentre decidiendo en estos momentos su destino.
Vivimos en una era llena de ironías, las verdades que se proponían inconmovibles desde los primeros griegos son cuestionadas con rigor hoy en día, y, sin embargo hay una especie de consenso general y tácito con respecto a la felicidad (tema ampliamente debatido a lo largo de la historia), esta parece consistir –hablando a grosso modo- en tener mucho dinero, la menor cantidad de compromisos posibles para gozar de una libertad indeterminada, y gozar de la mayor cantidad posible de placeres. No es mi intención teorizar sobre un tema tan alejado para mí, ni siquiera me propongo abordar dos de los tres puntos, el único que quisiera resaltar en mi exposición es el primero, la cuestión del dinero. Quiero empezar por aclarar que el dinero no es todo en la vida, y que definitivamente el dinero no es la felicidad, porque tal vez es el argumento que más se me repite “a favor” de mi futuro. No quiero que se me tome como el viejo del tonel, que desdeñaba las riquezas y se conformaba con un tonel para ser feliz. Como cualquier persona normal, no me quejaría si me gano la lotería, o me pondría a hacer berrinches si me encontrase un sendo billete de $500 en la banqueta. Sin embargo afirmo con seguridad que el dinero no es prioridad en mi vida, considero el dinero un medio dispensable para alcanzar la felicidad, mas no como la felicidad en sí misma. Me explico mejor, el dinero solo sirve para comprar cosas, ¿De que servirían treinta millones de dólares en una isla desierta? Ahora bien, muchos conocemos el valor efímero del dinero como una unidad de cambio, creo que la cuestión en debate es las cosas por las que podemos cambiarlo. Con doscientos pesos se pueden comprar, doscientos chicles, una botella aceptable de vino tinto, una buena cena (la buena compañía depende de muchos factores) o una buena parte de los diálogos de Platón en una editorial barata. Creo que el problema del dinero radica en gran parte en el objeto por el que lo cambiamos, a final de cuentas siempre buscamos cambiar el dinero por felicidad, unos la buscan en los chicles, otros en el vino, algunos en la cena y otros en los diálogos. No pretendo demostrar (todavía no tengo tantos argumentos) que el de los chicles esta equivocado, sin embargo hablando personalmente he encontrado la felicidad pocas veces en el vino (y puedo asegurar que le he dado muchas oportunidades), algunas en la cena, y muchas en los libros.
Llamo “libros” al ejercicio de la razón, a las desveladas -completamente sobrias- afuera de casa de Tato cuestionando cosas que de día no tuvimos tiempo de cuestionar, a los debates de la escuela, a la emoción que se siente al leer el capitulo donde muere el abad Faría en el conde de Montecristo, o al sentimiento de miseria que abraza después de contemplar la escena de la muerte Marmeladof narrada por Dostoievski. Viéndolo de esta manera no me importaría tener dinero, para comer bien, para tener una casa aceptable, una buena educación para mis hijos, y para comprar más libros, por lo demás, creo que podría arreglármelas bastante bien sin chicles.
Resuelto ya mi porvenir, libre de la presión de fortuna que ejerce la sociedad en la que me muevo quisiera exponerle a los que ven el dinero como medio y no como fin los motivos por los que elegí filosofía y no derecho o psicología (o medicina). Hay cierto aire de misterio que rodea a la filosofía. ¿Exactamente de que se trata? He leído un libro entero de historia de la filosofía, varios diálogos de Platón, un poco de Aristóteles y Descartes, y uno que otro ensayo y todavía no logro una definición que me satisfaga. Lo único que tengo por seguro es que mientras más leo más me gusta. Alcanzo a esbozar unas pocas conclusiones de vital importancia en mi decisión y las que me propongo compartir. ¿Por qué Filosofía? Hace algunos años en Mileto, un tal Tales se pregunto por la existencia del comos, cuestiono los sus paradigmas y busco una explicación razonable para la creación del universo, dio el brinco del mito al logos. Luego, llegaron Anaxímenes y Anaximandro a participar en el debate, el debate se empezó a poner bueno, llegaron los sofistas y cambiaron el tema, centraron el debate en torno al hombre y ofrecieron un espectacular combate contra Sócrates. Siglos pasaron y muchos de los temas siguen siendo debatidos. Podría decirse que este debate milenario es el principal y del cual provienen todos los demás debates en el mundo. Es la contienda sobre la cual se mueven nuestras seguridades, donde se sustentan todos los argumentos, es el eterno pleito que determina nuestra manera de interpretar el mundo o nuestra manera de hacer ciencia. Estrictamente hablando la filosofía significa amor a la sabiduría, y es que efectivamente la filosofía es el estudio de todas las realidades, es la búsqueda incesante de la verdad, algo tan sublime que por lo menos para mí es lo suficientemente atractivo para perder el miedo a fracasar en el intento. No se me malinterprete, no tengo pretensiones de participar en el gran debate de la historia, (por lo menos todavía no lo decido) por lo pronto me conformo con estudiar lo suficiente para entender que se discute, y a quien es al que debo conceder la razón. Todavía me quedan muchas preguntas sin responder respecto a mi porvenir, y a mi futuro, sin embargo puedo asegurar, sin lugar a dudas, que el lugar en el que quisiera estar mañana que me levante para ir a estudiar es en una aula de Filosofía.

1 comentario:

Luis Salas dijo...

Pues mucha suerte mi estimado Chelas, y además vas a estudiar en una de las grandes de la filosofía: la Universidad de Navarra, te va a encantar, que bueno que vienes para Pamplona. Nos veremos por ahí my friend. Saludos.

oye también tengo blog: www.happyluis.blogspot.com