mayo 08, 2012

Entorno a las elecciones de Julio


                Soy un desertor involuntario. Me fui a España a estudiar Filosofía dos años después del triunfo de Calderón en las urnas. Cuando volví a casa por las vacaciones de verano mi ciudad era otra. No se podía salir a la calle ni por el día ni por la noche. Se escuchaban balazos por las noches, a veces en la lejanía, a veces a la vuelta de la esquina. Degollaban jóvenes, secuestraban millonarios, disparaban en los estadios. Mi país ya no era el mismo, el cambio había empezado. 

                México está pagando el precio de elegir a un presidente de manos limpias. Ahora ya no es así, los rumores comenzaron de inmediato a manchar sus manos de sangre. Él y solo él era el responsable de la sangre que corre por el país. Las manos de Calderón se llenaron de sangre. El país lo desprecia. Es el presidente de los muertos. 

El comportamiento de los mexicanos, desgraciadamente, no ha sabido estar a la altura de los tiempos. Hemos exigido que se nos trate como sociedad, hemos exigido un cambio-libertad- y nos hemos comportado como masa, de manera reactiva. Hemos culpado a Calderón porque tenía que haber un culpable distinto a nosotros mismos. Calderón no es un asesino ni un imprudente, es el primer presidente en mucho tiempo que se preocupa  por el bien de México. Es el primer presidente que no tiene cola que le pisen, el primer presidente honrado. Somos nosotros quien hemos cargado la culpa sobre él, es nuestro chivo expiatorio, el que debe pagar por nuestra irresponsabilidad como sociedad. 

Pero somos nosotros los que hemos pactado durante 70 años con un sistema como el del PRI; con una ‘revolución institucionalizada’. Hemos aceptado vivir de pan y circo durante tanto tiempo que ahora no queremos pagar los platos rotos. Nos gusta ser masa, no queremos problemas, no queremos a nuestro país. Por eso corremos de vuelta a los brazos de nuestro antiguo dictador. Otra vez a los brazos de papá gobierno: “el PRI sí sabe controlar al narco” nos decimos, “el PRI nos protegerá”. ¿Es qué no nos damos cuenta de que un problema como el que atravesamos no puede ser causado ni en seis ni en doce años? ¿Es que no nos damos cuenta de que estamos pagando los excesos de 70 años de partidismo y dictadura suave? ¿Quién es el responsable de que los mexicanos no nos identifiquemos ni con nuestro gobierno ni con nuestras leyes? ¿El presidente de las manos limpias o el partido que nos ha estado manipulando como masa durante años?

Uno de los hechos que me resultan terriblemente irónicos visto desde fuera es el desprestigio que ha sufrido Felipe Calderón en su sexenio. Es irónico porque quizá sea este el primer sexenio de nuestra historia reciente en el que hemos disfrutado de seis años con un presidente honrado, preparado y responsable. Ignoramos las sorprendentes cifras macroeconómicas logradas por Calderón. Su capacidad por mantener el país a flote y por seguir invirtiendo en educación y le achacamos culpas que no le corresponden. Somos tan infantiles que le tachamos de alcohólico ¡Por Dios!,  ¡si es un pobre hombre que carga con un gran peso! Aunque no conozco a mi presidente, estoy seguro de que más de alguna vez ha deseado salir con el ejército a luchar contra el narco. Estoy seguro que más de una vez ha perdido el sueño al recordar a todas esas madres que sus hijos les han sido arrebatados. 

Es verdad que la política de lucha contra el crimen de calderón puede llegar a ser desacertada. Es discutible que el enfrentamiento directo no es la mejor opción. Pero sin lugar a dudas, constituye un gran acierto el haber destapado la coladera. Eso es algo que todos los mexicanos, también los que han perdido familiares, deben agradecerle para empezar a comportarnos como sociedad y no como masa. Calderón destapó la cañería por nuestro bien, no para hacernos daño: esto es algo que pocos le agradecerán.

Gobernar no es redimir. Un profesor, que conocía bien México, me dijo alguna vez que el país está cansado de salva-patrias. Su afirmación me impactó mucho ya que por aquel entonces me consideraba la única persona con esperanzas políticas en medio de esta ola de incertidumbre y violencia. Su aseveración fue como un golpe en la cara: me dolió pero me hizo despertar. No soy el único que quiere que esta época de violencia y egoísmo se termine en el país. La mayoría desea un México seguro en el que pueda desarrollar pacíficamente su vida; son sólo unos cuantos los que acaparan nuestro país. 


Los tiempos que corren exigen el heroísmo de lo ordinario. Exigen que como sociedad respondamos a nuestra aspiración común a un México democrático y pacífico. Ningún candidato puede conseguir esto, y el que lo promete, el que promete cambios radicales, fraternidad universal y amor entre los mexicanos o es ingenuo o es muy astuto, pero en ningún caso puede ser el presidente que necesitamos. Lo que nuestro país necesita es un dinamismo de iniciativa solidaridad; dinamismo que no puede venir desde arriba sino solo de nosotros mismos. Dejemos de engañarnos: el máximo al que podemos aspirar para gobernar nuestro país es una persona honrada que trate de buscar el bien para México. SI nuestro próximo gobernante no está a la altura, corre el peligro de poner el bien de México después de su prestigio político, del prestigió de su partido, cosa que nunca hizo Calderón.