diciembre 30, 2010

Día II: Escribir mal

Escribir las cosas sin intermediación de esquemas es un actividad muy inocente, casi infantil. Se parece a rayar las paredes de la casa cuando uno es niño, o a tapizar de huevo la pared de alguna empresa invencible. Cuando empecé a escribir, lo hice de esta manera. De corrido y sin parar, sin refrenar ocurrencias, sin cuidar los puntos, sin revisar la ortografía. En realidad disfrutaba como simio pasar horas escribiendo mal, contando historias o garabateando ideas. Incluso había días en los que bajaba tarde a cenar (en la adolescencia mi apetito natural se exponenció varias cifras). En aquella época, en la que el mundo parece más comestible, pensaba que sería sencillísimo dedicarme a escribir: La cosa se me daba bien y casi nadie se dedicaba a eso, sólo unos pocos locos.

Crecer es doloroso, casi me atrevería a decir que en cierto sentido es traumático. Cuando entré en la dinámica del mundo profesional me dí cuenta de que la vida no era tan sencilla como parecía. Era imposible ya aspirar a un escritorio de caoba negra y una paga por escribir durante horas. Cuando se me obligó, porque en esa época yo no me preocupaba por mi futuro, a elegir carrera profesional, no encontré ninguna que se llamara “Licenciado en escribir mal”. Entonces me comporté como correspondía a mi edad: caprichosamente. Dejé de pensar seriamente a que me quería dedicar porque lo que quería era imposible.

No es el caso que cuente aquí como volví a mi intención inicial de dedicarme a leer y a escribir. Lo que sí se puede decir es que con la vuelta llegó la madurez a mi propósito. No bastaba ya escribir tonterías tal cual salieran de la cabeza. Hacía falta madurar la idea, ordenarla, hacer un esquema con hoja y papel al lado y luego, después de un cuidadoso trabajo de premeditación: escribir. Es como pensar antes de hablar, como saber a dónde vas antes de empezar a caminar. En periodismo me enseñaron el valor y la importancia que tiene esto para la comunicación. La claridad es fundamental. Premisas conclusión, enunciados cortos, ortografía imprescindible, emisor receptor, lenguaje sencillo. La poésía, los malabares, la magia sí se quiere llamarle así, es para hacerla después. Cuando uno ya alcanzó la fama. Primero hay que ganarse el prestigio. Empecé a preocuparme por escribir así y entré en un ciclo. Mi habitación se lleno de notas en la pared, mi cabeza se lleno de ideas, proyecté tres o cuatro libros, pero no escribí nada. El único cuento que escribí en esa época es lamentable. Por eso decidí que los proyectos los haría cuando ya supiera escribir, las ideas las escribiría cuando ya contará con la técninca correcta, ¡había tanto que leer antes!, ¡tantos clásicos desconocidos, tantos contemporános que escriben tan musicalmente! Y yo un pobre chiquillo que se ilusionó alguna vez. Empezé a pensar que escribir como lo hacía era una falta de respeto. Una niñería. Hablar es en cierto sentido degradar las ideas. Mejor era callar, dejar de rallar paredes.

Es verdad que el pensamiento debe siempre guiar a las palabras, no tiene sentido alguno lo inverso. Sin embargo no somos sólo espíritu. Necesitamos esa materia, esa tinta en el papel, ese sonido en la voz: somos de carne y hueso. No se puede vivir sólo pensando, hay que hablar, hay que contarlo. Cuando uno comienza a preocuparse excesivamente por la fomra de lo que se dice, cuando atiende en exceso al modo decir más que al contenido, irónicamente uno empieza a volverse malo para escribir. Creo que para escribir bien es imprescindible escribir mal. Es necesario que uno disfrute como niño al hacerlo, que se envuelva y se olvide de su alrededor. Es imposible escribir bien sin recuperar la inocencia de los primeros textos. Hay que despreocuparse, ser muy desvergonzado. Hay que sentirse artista aunque no se este escribiendo nada artístico. Estoy firmemente convencido de que cuando uno disfruta escribiendo, los lectores disfrutan leyendo. Por lo menos en mi caso, quizá por cuestiones de carácter, es importante restar seriedad a la hora de narrar. De otro modo me es imposible, me aburro, y aburriré al valiente que me lea. 

Puedo decir que he madurado, ya no pretendo que se me pagué por escribir mal. Pero he madurado aún más al darme cuenta de que no se escribe con fines prácticos, para ganar premios, dinero, o fama. He aprendido que hacer esto quita todo el valor artístico a la obra. He dado un paso más al darme cuenta de que no importa escribir bien, no me importa que algún critico sesudo diga que mi texto es arte. He aprendido que el arte que escribo (y lo digo con descaro infantil) es para mí y para mis amigos. Escribir bien para mí es una estupidez, porque en el fondo, escribir es sólo un juego de niños.

Día I: Sobre la realidad y lo horrible

Últimamente he pensado que a veces vivir en la realidad parece una locura, ¿a quién le gusta darse cuenta de los defectos? ¿Quién es aficionado a contemplar el horror? El soslayo es una actitud comprensible cuando las cosas no son nada bonitas. Por eso nuestra época es de escapes, mientras más nos volvemos conscientes de la realidad más nos damos cuenta de cosas que no quisiéramos saber, y esto muchas veces asusta, ¿para que continuar?, ¿No es lo más incomido del mundo enterarse de toda la porquería del mundo?  Lo horroroso es ante lo que se vuelve la cara.

Relativizar es el verbo para nuestra época de comodidades: la ausencia de certeza que marca nuestra época se disuelve en la conducta general (o por lo menos así parece). Entonces es cuando pensar resulta pesado, casi una carga. Pensar implica de manera inmediata generar juicios, “esto está bien o mal”, en el fondo el dormir, el quedarse en la caverna es un modo de escapar del mal. Lo más cómodo parece sumirse en el sueño, olvidarse. En la inconsciencia nunca hay malicia. Hay hechos, sin embargo, que son demasiado escandalosos como para dejarnos dormir. Ponchis, el niño narco, por ejemplo, no permite que nadie se quede en el sueño. Hay hechos tan horribles qu no podemos negar que son verdaderamente horribles. Es entonces cuando el gusanito que tenemos todos por defecto, ese que impulsa a las luchas imposibles nos recuerda que puede que, así como existe lo verdaderamente horrible exista lo verdaderamente bello. Y se da uno cuenta de que por cobardía y quizá también por un poco de comodidad, puede estarselo perdiendo. 

Yo me he dado cuenta de esto en mi ciudad natal, donde el narcotráfico comienza a infiltrarse en la vida cotidiana de las personas. Lo verdaderamente horrible comienza a convertirse en cotidianamente horrible. Me preocupa que se nos va de las manos incluso eso. La consciencia de lo extraordinario. Entonces lo verdaderamente horrible comienza a perder peso y ya no parece verdadero si no relativo. Algo puede parecernos horrible a nosotros, pero en verdad no es ni bueno ni malo. Todo esto desaparece obviamente cuando lo que sólo parecía horrible asesina a una persona cercana, entonces la apariencia influye efectivamente en la realidad y nos damos cuenta de que en verdad es horrible.

Por estos motivos, es una responsabilidad seria para todos los ciudadanos de esta región rechazar cualquier forma de autoengaño. Es imprescindible si queremos que se salve esta sociedad que cada uno siga su propia consciencia de manera intachable. Sí es verdad que necesitamos mejores policías, pero necesitamos aún más policías justos y auténticos, y políticos, y jueces…  Pero la única manera de exigir esto es empezando por uno mismo. Nuestra sociedad tiene que cambiar desde dentro, sólo con una revolución de este tipo se puede hacer frente a un problema como el que enfrentamos. Sin esto, todo lo que se haga 
materialmente es irrelevante.


Sobre los ensayos de estos días

Hace diez días que llegué a mi casa, casi un mes desde que no escribo y casi tres desde que no lo hago por gusto. Siento que me voy agarrotando, entumeciendo. A los libros los traigo muy olvidados,  no he leído nada desde que terminé el Quijote (y tuve que leerlo por obligación para una clase). Es decir: estoy dormido. Me siento lejos de mí. Siempre incapaz de llegar a la palabra que necesito o de articular un buen consejo. Cierto sopor intelectual me invade lentamente. Es decir,Cada vez soy mejor para el Fifa 2011.  

Como no quiero que esto ocurra me he propuesto escribir un ensayo todos los días. He de pedir disculpas pero en mi desesperada situación muchas veces escribiré de corrido y dejaré implícitas cosas, no es pereza ni incapacidad, es capricho. Lo que representan estos ensayos son un berrinche: me niego a dejar pasar otras vacaciones sin haber escrito nada. Obviamente la ortografía queda fuera del horizonte de mi interés (así escribir se vuelve increíblemente aburrido), aún así las correcciones son perfectamente recibidas.