marzo 25, 2009

Práctica 4: Describir una calle.

Lo particular en una calle general
El pequeño rectángulo amarillo que inscribe el nombre de cada calle en Pamplona, anota en esta ocasión: Nicanor Beistegui. Como es costumbre, el letrero está colocado en una de las esquinas de la calle, e indica el nombre del tramo de asfalto de 65 metros situado en el sureste de la ciudad.
Los edificios de la ciudad están repartidos en tres. Mirando al norte, los edificios de la parte izquierda están divididos en dos bloques, del otro lado hay un bloque de edificios que abarca toda la calle. A pesar de su división, los edificios presentan una característica similar. En la parte superior de todos ellos, las paredes exteriores están pintadas igual, esto unifica la tonalidad de la calle en un color crema amarillento como de polluelo. Algunos edificios tienen balcones exteriores de color granate, que sobresalen en medio de aquella uniformidad de tintes templados tan común en muchas calles de Pamplona. Los inquilinos colocan en sus balcones toda clase de objetos diversos y coloridos, entre otras cosas: una margarita metálica que gira sus pétalos azules, naranjas y verdes cuando sopla el viento; prendas recién lavadas expuestas al sol para secarse; un triciclo color amarillo chillón; un balón de fútbol; escobas; trapeadores, gatos de cerámica, y sillas colocadas estratégicamente para leer el periódico, o fumar un pitillo (o ambas cosas) con buen clima.

La parte inferior es más rica en colorido gracias a que las plantas bajas están alquiladas por locales comerciales. Las paredes de cada comercio buscan llamar la atención de los transeúntes, y rompen con la uniformidad cromática de las paredes superiores. De esta manera; el rastro de la esquina izquierda del lado sur de la calle, es de color blanco; la pescadería, gris pálido; el negocio de ropa para uso industrial, café mate; la carnicería azul claro… pero el local que más sobresale, es La Gavilla, un supermercado pintoresco de ladrillos rústicos que ofrece víveres a precios razonables.

Enfrente de la Gavilla hay un local en venta, el cual solía alojar al bar llamado Mi Ranchito. Cuando la gente se acerca en busca del elixir de malta que solía servirse allí dentro, aparece una mujercilla de cabellos blancos que pregunta si los buscadores de malta están interesados en comprar el local. Luego de que se le responde negativamente la mujer suelta un suspiro, y se queja de los efectos que provoca la crisis crematística en su economía familiar. Si los sedientos peregrinos continúan su búsqueda, encuentran algunos pasos más adelante, el bar Vista Bella. Don José, dueño y tabernero del bar, tampoco duda en renegar frente a sus clientes de sus carencias financieras. Fuera del Vista Bella camina una pareja, la mujer empuja una carriola que contiene un bello ejemplar de ser humano. Este se ríe cuando su padre agita su llavero frente a su cara. Dos niños (uno lleva la camiseta del Osasuna) vuelven a casa después de clases. Un atleta adelanta corriendo a la pareja de la carriola.

Predominan en el ambiente sonidos de automóvil (puertas que se cierran, y motores que se encienden o apagan) y muchas voces, voces de todas las edades, cargadas del acento local. Se escuchan las risas de un par de viejos que se encuentran sentados en el extremo sur de la calle tomando el sol. El viento mueve ligeramente la txapela (boina vasca) a uno de ellos, y el otro apoya las manos en un su bastón mientras conversa alegre con su compañero. Detrás de ellos en diagonal se avista el motivo de su estancia en la intemperie, un bello paisaje Pamplonés está disponible en aquel extremo de la calle. Bajo un cielo azul claro ausente de nubes, se distinguen montañas verde musgo, salpicadas de casas con tonalidad café. Sin embargo, es claro que este paisaje no forma parte esencial de la calle, es meramente accidental a la uniformidad de los edificios en Nicanor Beistegui con sus habitantes inevitablemente particulares.

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